La comunidad Nasa y el proceso de reactivación del volcán Nevado del Huila,
Región de Tierradentro Paez
En la madrugada del 24 de abril del 2007 “la montaña anaranjada”, el volcán Nevado del Huila, hizo erupción y con tal fuerza que produjo el deshielo parcial del casquete glaciar generando una enorme avalancha sobre los ríos Páez y Simbola que a su vez atraviesan el territorio donde habita la comunidad indígena Nasa.
A medida que la luz del día lo permitía, los habitantes de Belalcázar (cabecera urbana del municipio, con una población de unos 5.000 habitantes), pudieron dimensionar la magnitud de la avalancha que había pasado por el río Páez, arrasando vías, puentes, cultivos y llevándose a los animales consigo. En las primeras horas, poco se sabía de la zona rural, pero, más tarde, al reestablecer la comunicación, se supo que la población estaba a salvo. En medio de la incertidumbre, había una gran noticia: no existían pérdidas humanas. Los habitantes se habían replegado a zonas más altas y seguras para evitar ser afectados por la avalancha, poniendo en ejecución el Plan de Emergencia y Contingencia elaborado previamente en cada uno de los 15 resguardos.
Pero, ¿dónde radicaba el éxito alcanzado por las comunidades indígenas para enfrentar una contingencia de esta magnitud? Para entender este proceso tenemos que remontarnos a comienzos del año 2007, desde el 18 de febrero cuando el volcán empezó a dar las primeras señales de un proceso de reactivación. Es entonces, cuando en un decidido esfuerzo, los 15 resguardos indígenas que conforman el municipio de Páez se unieron bajo un solo objetivo: el Plan de Contingencia y Emergencia de la zona rural. Esto significó horas de trabajo intenso, elaborando los mapas de amenaza, vulnerabilidad y mitigación (mapas de repliegue). En este proceso participó cada integrante de la comunidad, desde niños hasta los adultos mayores, quienes sobre el papel y con marcadores de varios colores y combinando los conocimientos tradicionales y técnicos, construyeron los mapas de amenaza, demarcando las zonas que podrían verse afectadas por una avalancha aún mayor a la de 1994 a lo largo de los ríos Páez y Simbola. Construyeron mapas de vulnerabilidad, identificando e inventariando cada uno de los elementos expuestos (viviendas, vías, puentes, cultivos, población, etc.,) y mapas de mitigación (identificando rutas de repliegue y zonas seguras de permanencia), haciendo uso de una herramienta clave en este proceso: la cartografía social, legado de la enseñanzas del profesor Guillermo Santamaría, para mapificar concertadamente las realidades territoriales del pasado, el presente y el futuro, teniendo como base la cosmovisión indígena. Sólo un mes antes de la avalancha del 24 de abril, habían sido testigos presenciales en el caserío de Wila, de los preparativos que la comunidad Nasa venía desarrollando. En una salida académica, con un grupo de 30 estudiantes de la Universidad del Valle y el profesor Velásquez, director del OSSO, con la finalidad de apoyar y aportar al proceso, estuvimos realizando inventarios y georreferenciando con GPS los elementos expuestos (viviendas, infraestructura, etc.), acompañados por los indígenas del Resguardo Wila en la cuenca del Río Páez.
Todo este magnifico proceso de gestión del riesgo permitió que la población rural pudiera replegarse a las zonas seguras que ellos mismos habían identificado en sus mapas. Había funcionado también, la estrategia de la “alarma personal” (aquella que es innata en los seres humanos ó la que llamamos el instinto de conservación). Constantemente la comunidad estuvo vigilante frente a los cambios en el ambiente, previo conocimiento de lo que podría generar el fenómeno volcánico. De la misma manera, el equipo instalado por el INGEOMINAS2, para detectar el flujo de lodos en la cuenca alta del Páez, sirvió como sistema de alerta temprana para dar aviso a las comunidades de la cuenca baja.
La ocurrencia de este evento de abril de 2007, nos hizo recordar la avalancha del 6 de junio de 1994, cuando un sismo de magnitud mayor a 6 en la escala Richter, generó más de 1000 deslizamientos en los suelos saturados e intervenidos de las altas pendientes de la cuenca del río Páez, que ocasionó un flujo de lodo de grandes proporciones dejando más de 1100 víctimas fatales que se localizaban en la cuenca baja y cuantiosas pérdidas económicas. No obstante, el hecho de 1994, no debe compararse a lo que actualmente sucede, debido a que son dos procesos totalmente diferentes. El primero fue producto de la ocurrencia de un evento puntual (característica de un terremoto fuerte) y el segundo, el inicio de un proceso natural continuo, que puede durar días, semanas, meses, inclusive años (característica del fenómeno volcánico). Existe una tendencia de algunas instituciones a equiparar el evento de 1994 al del 2007, lo que ocasiona que aún no se reconozca la gravedad de la situación, y ha producido que los niveles de intervención para la recuperación de la zona afectada estén siendo orientados, hasta el momento, sólo al aspecto físico (reconstrucción de vías, puentes, etc.), mientras que la afectación de lo económico, productivo, social, psicológico, es decir, lo “intangible” aún no es reconocida, ni intervenida, lo que ha ocasionado una crisis humanitaria, en términos de asistencia alimentaria, provisión de albergues temporales
Todo este magnifico proceso de gestión del riesgo permitió que la población rural pudiera replegarse a las zonas seguras que ellos mismos habían identificado en sus mapas. Había funcionado también, la estrategia de la “alarma personal” (aquella que es innata en los seres humanos ó la que llamamos el instinto de conservación). Constantemente la comunidad estuvo vigilante frente a los cambios en el ambiente, previo conocimiento de lo que podría generar el fenómeno volcánico. De la misma manera, el equipo instalado por el INGEOMINAS2, para detectar el flujo de lodos en la cuenca alta del Páez, sirvió como sistema de alerta temprana para dar aviso a las comunidades de la cuenca baja.
La ocurrencia de este evento de abril de 2007, nos hizo recordar la avalancha del 6 de junio de 1994, cuando un sismo de magnitud mayor a 6 en la escala Richter, generó más de 1000 deslizamientos en los suelos saturados e intervenidos de las altas pendientes de la cuenca del río Páez, que ocasionó un flujo de lodo de grandes proporciones dejando más de 1100 víctimas fatales que se localizaban en la cuenca baja y cuantiosas pérdidas económicas. No obstante, el hecho de 1994, no debe compararse a lo que actualmente sucede, debido a que son dos procesos totalmente diferentes. El primero fue producto de la ocurrencia de un evento puntual (característica de un terremoto fuerte) y el segundo, el inicio de un proceso natural continuo, que puede durar días, semanas, meses, inclusive años (característica del fenómeno volcánico). Existe una tendencia de algunas instituciones a equiparar el evento de 1994 al del 2007, lo que ocasiona que aún no se reconozca la gravedad de la situación, y ha producido que los niveles de intervención para la recuperación de la zona afectada estén siendo orientados, hasta el momento, sólo al aspecto físico (reconstrucción de vías, puentes, etc.), mientras que la afectación de lo económico, productivo, social, psicológico, es decir, lo “intangible” aún no es reconocida, ni intervenida, lo que ha ocasionado una crisis humanitaria, en términos de asistencia alimentaria, provisión de albergues temporales
asistencia alimentaria, provisión de albergues temporales adecuados, sistemas de saneamiento básico, y salud pública, de la comunidad indígena localizada en las zonas rurales.
Ante un panorama adverso, las autoridades indígenas, haciendo uso de su autonomía territorial dada por la Constitución Nacional de Colombia de 1991, declararon el estado de emergencia dentro de los territorios indígenas de Tierradentro municipios de Páez e Inza, el 27 de abril de 2007, estableciendo el Éxodo del pueblo Nasa de más de 2300 familias, de acuerdo y como lo expresan ellos: “…al planteamiento de sus médicos tradicionales, quienes al interpretar las señales y palpitaciones de la tierra, alertaron a sus cabildos de replegarse a zonas por fuera del territorio Ancestral de Tierradentro, ya que su manera de ver y concebir el mundo a través de sus saberes tradicionales les permitió tomar ésta posición…” con el fin de evitar posibles pérdidas humanas por la ocurrencia de nuevas avalanchas.
Actualmente la actividad volcánica, continúa en aumento, el riesgo de la población indígena a sufrir los efectos, crece día a día. La comunidad Nasa es conciente de sus capacidades y limitaciones para hacerle frente a la amenaza volcánica. Por lo tanto, hoy se prepara con sus propios y limitados recursos (muy grandes desde el punto de vista organizativo y humano, pero escasos en lo material y básico para su supervivencia). Una mayor intervención del Estado sería ideal y necesaria en este proceso, reivindicando y reconociendo la labor que las comunidades indígenas han desarrollado desde el inicio de la activación del volcán, e integrándolas como sujetos animados a la construcción de estrategias de gestión y reducción de riesgos en el marco de un desarrollo local sostenible, haciendo efectivo el compromiso establecido por todas las naciones en el Marco de Hyogo de 2005, que tiene como una de sus cinco prioridades: “fortalecer la preparación de desastres para una respuesta eficaz a todo nivel”.
Henry A. Peralta. Ing. Civil.
Asistente de Investigación, Área de Prevención de Desastres - Observatorio Sismológico del SurOccidente, Universidad del Valle, Cali, Colombia.
1Ecólogo que acompaña a esta comunidad en el proceso de desarrollo local.
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