¿Qué tan importante es el establecimiento de la inteligencia colectiva para gestionar mejor el riesgo?

Las empresas viven un periodo de transición. Crédito: EFE

FUENTE(S):  OFICINA DE LAS NACIONES UNIDAS PARA LA REDUCCIÓN DEL RIESGO DE DESASTRES (UNDRR)


Este texto es parte de una serie de ocho artículos escritos por los coautores Marc Gordon (@Marc4D_risk), UNDRR y Scott Williams (@Scott42195), con base en el capítulo sobre el riesgo sistémico, el Marco de Sendai y la Agenda de 2030, incluido en el Informe de Evaluación Global 2019 sobre la Reducción del Riesgo de Desastres. Estos artículos exploran la naturaleza sistémica que ha puesto en evidencia la pandemia mundial ocasionada por el COVID-19, qué es lo que debe cambiar y cuál es la forma en que podemos lograr un cambio de paradigma, para pasar de gestionar los desastres a gestionar el riesgo. "Nunca dudes que un pequeño grupo de ciudadanos conscientes y comprometidos puede cambiar el mundo. De hecho, es lo único que lo ha logrado". Margaret Mead.

El riesgo es un construcción humana, la cual se crea en un lenguaje y cobra sentido para describir la volatilidad que se siente o se teme, así como la incertidumbre de la vida humana. En otras palabras, el riesgo describe la experiencia de la complejidad y de los efectos sistémicos complejos.


En muchas sociedades, los seres humanos se han acostumbrado y se han apegado a la ilusión de control que nos ha brindado ese constructo del riesgo. Sin embargo, a medida que se ha ido desarrollando la pandemia ocasionada por el COVID-19, es evidente que los efectos de las vulnerabilidades y los sistemas interdependientes y conectados a nivel mundial pueden ir más allá de una medida humana concreta o de una gestión eficaz. Debemos reconocer los límites de esa ilusión y de los sistemas actuales de gestión y organización del conocimiento humano.


Para esto es necesario un nuevo paradigma, a fin de comprender y vivir con la incertidumbre y la complejidad. Un paradigma que desencadene el poder de la inteligencia humana, social y contextual y, en la medida de lo posible, se potencie a través de una inteligencia artificial diseñada de forma adecuada. Esto representa la base de la gestión del riesgo sistémico.



Traducción del gráfico anterior (de izquierda a derecha):
No existen los desastres naturales, solo las amenazas naturales
Tomamos decisiones sobre dónde vivir, cómo construir y qué investigaciones realizar
El riesgo es la combinación de una amenaza, el grado de exposición y la vulnerabilidad
Las muertes, las pérdidas y los daños están en función del contexto de la amenaza, del grado de exposición y de la vulnerabilidad

El desarrollo de las capacidades para lograr una comprensión y la toma de decisiones a nivel contextual es una forma mucho más eficaz de enfrentar la incertidumbre y la complejidad que la dependencia actual en marcos extrínsecos de referencia y un conocimiento técnico especializado categórico y compartimentado en disciplinas. En parte, estas capacidades se basan en el uso de un enfoque de aprendizaje permanente para desarrollar una habilidad consciente e interiorizada para percatarse de la relevancia del contexto y de la función del ser (uno mismo) y, al hacerlo, reconocer y prever interdependencias y efectos no lineales. De forma manifiesta, esto no es algo que se ha difundido entre las poblaciones que han resultado afectadas por la pandemia ocasionada por el COVID-19.


La toma de decisiones humanas es emotiva, no racional. Por consiguiente, se activa con más éxito mediante modelos mentales basados en un significado que guarda relación con los valores y las creencias. En el transcurso del tiempo, el uso de descripciones y significados para negociar la relación variable entre identidad y contexto ha demostrado ser un mecanismo eficaz para aumentar la resiliencia y permitir que algo pueda detectarse y comprenderse rápidamente, y que también cobre sentido. De esta forma, la inteligencia colectiva se transforma en algo posible, como una precondición fundamental para la responsabilidad colectiva. La colaboración con y a través de esa inteligencia es clave para aumentar la resiliencia sistémica ante eventos de riesgos difíciles, complejos y dinámicos, tales como la pandemia ocasionada por el COVID-19.

La inteligencia colectiva

La 'inteligencia colectiva' es una poderosa combinación de inteligencia humana, inteligencia artificial o automática y la capacidad de procesamiento.
Es necesario lograr el aumento de la resiliencia para reducir el riesgo y prevenir desastres y, según sea necesario, para responder de forma adecuada. Para lograr esto es necesario contar con:

  • Una planificación y una preparación con base en evaluaciones para evitar o minimizar la creación de riesgos y reducir los existentes;
  • El desarrollo de capacidades para restaurar funciones, a la luz de las interrupciones que se experimentan; y
  • La capacidad necesaria para adaptarse y cambiar después de un choque.

Al abordar los retos de estos sistemas complejos, toda persona, organización o grupo que participa en el aumento de la resiliencia podría lograr avanzar al recurrir a una "mente más grande" mediante la inteligencia colectiva. Esto podría realizarse al aprovechar la capacidad mental de otras personas con diversas experiencias culturales y diferentes edades, formación u ocupación y género; todo esto combinado con el poder de procesamiento de las máquinas.


Si bien son necesarios para procesar grandes volúmenes de datos sobre el funcionamiento de sistemas complejos, el aprendizaje automático y la inteligencia artificial no ayudan a las personas a resolver problemas más complejos de coordinación y gobernabilidad —tal como el distanciamiento físico— que requieren que exista confianza entre las personas. Tanto el aprendizaje automático como la inteligencia artificial no pueden decidir la forma en que las personas desean llevar sus vidas como seres humanos, por ejemplo, en ciudades densamente pobladas. Este es un problema sobre la dinámica humana que solo puede resolverse a través de las decisiones y las medidas tomadas por los seres humanos.


Una inteligencia colectiva verdaderamente global aún está muy lejos de poder resolver problemas a ese nivel. Actualmente, es importante instaurar nuevas combinaciones de herramientas que puedan ayudar al mundo a pensar y actuar con rapidez, al igual que con una magnitud que sea proporcional a los problemas complejos que estamos enfrentando en este momento, incluida la pandemia del COVID-19 y las crisis de índole climática y ecológica

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En demasiados campos y áreas, los datos y los conocimientos más importantes continúan siendo deficientes, fragmentados o cerrados, y carecen de la organización y de los contextos necesarios para que sean accesible y útiles para la toma de decisiones. A la fecha, nadie cuenta con la capacidad o con los medios requeridos de reunirlos y formar un ecosistema de datos que sea universal y pluralista, mucho menos un mapa topográfico y tridimensional del riesgo en el transcurso del tiempo.


La interdependencia crítica de la salud y el bienestar de los seres humanos con la ecología y la tecnología es sumamente compleja. Esta complejidad reside tanto en la naturaleza dinámica de las conexiones como en las respuestas que se dan en el tiempo y el espacio. Para gestionar y controlar de forma eficaz un evento de riesgos complejos, tal como la pandemia ocasionada por el COVID-19, debemos contar con una mejor comprensión de las interacciones de los sistemas humanos, ecológicos y tecnológicos. Esto ya se está logrando en algunos campos, especialmente a través de la aplicación de nuevos tipos de modelación computarizada, los cuales son sofisticados y cuentan con múltiples niveles.


Gracias a esta revolución en la modelación de sistemas, ahora es posible comenzar a modelar las interrelaciones y las interdependencias entre los efectos económicos (valores), societarios (salud, bienestar social y productividad) y ambientales de las decisiones y las inversiones impulsadas por las interacciones vivas entre el clima, los desplazamientos en la corteza terrestre, la tierra y los suelos, la ecología oceánica y las actividades humanas. Los datos geográficos en diferentes niveles respaldan este enfoque para comprender mejor la naturaleza interactiva de los elementos impulsores del riesgo y para su reducción a largo plazo. Pero sus aplicaciones prácticas continúan limitadas por el surgimiento de eventos de riesgos sistémicos complejos. Tal como se pone en evidencia con la pandemia del COVID-19, esto debe cambiar de forma rápida.


Las soluciones en función de la tecnología para la coordinación de problemas deben combinarse con soluciones basadas en los seres humanos, realizadas por o con la participación de estos para lograr soluciones a nivel humano. A diferencia de las máquinas, que deben operar en función de probabilidades, los seres humanos —dentro de una red social o de confianza— pueden tomar decisiones bajo una incertidumbre radical al vincular sus valores con las decisiones. En tales situaciones, no hay soluciones desde una explicación sin valores y puramente calculadora o un análisis de costos y beneficios.


En condiciones de riesgos extremos y sistémicos, como ocurre con la pandemia del COVID-19, los seres humanos pueden (y deben) tomar decisiones sobre el cambio de valores profundamente arraigados que definen reglas de mayor nivel, y moldear actitudes, decisiones, opciones y comportamientos.


Actualmente, nos encontramos en un momento crítico que hace un llamado a una reflexión fundamental sobre los efectos y las consecuencias de las decisiones individuales y colectivas, así como la rendición de cuentas sobre esos efectos y consecuencias. De otra forma, la sociedad podrá continuar creando una riqueza económica y financiera a costa de la salud humana y del deterioro de las funciones ecológicas de apoyo a la vida, en un ciclo positivo de retroalimentación en espiral. Esto creará más riesgos sistémicos con efectos en cascada, con lo cual los sistemas económicos, ecológicos y sociales en general serán más susceptibles a desplomarse.

 

 

 

 

 

 

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