Foto: © A. Zopatti
La prevención y la reducción del riesgo en general ciertamente no es invento de las últimas décadas como quieren hacer creer algunos autores. En varias culturas antiguas existen ejemplos de prácticas que hoy día llamaríamos reducción del riesgo de desastres. Sin embargo, la reducción del riesgo durante las últimas décadas ha experimentado un rápido desarrollo en cuanto a teoría y práctica, haciendo uso de los avances tecnológicos.
¡Cómo nos gustaría poder predecir el futuro! Por lo menos si de amenazas de origen natural se trata. De hecho, muchos esfuerzos técnico-científicos están encaminados a tener mayor capacidad de predicción para obtener mayor poder para planificar, para influir positivamente sobre el futuro. Aun si en la vida cotidiana hay muchas cosas que son imposibles de predecir y muchas más que no se dejan captar en ecuaciones, ni esquemas precisos o cuantificables, hay muchas otras donde el prudente ejercicio del sentido común y la imparcial observación de la experiencia nos dan buenos punteros.
A pesar de ser un trabajo complejo y multidisciplinario por excelencia, la reducción del riesgo (de desastres) es una de esas temáticas en las que es posible ejercer el sentido común y usar el conocimiento científico y empírico, quizás no tanto para predecir exactamente el futuro, sino para imaginarnos algunos de los escenarios más probables y cómo influir sobre ellos.
La modelación de riesgos es una herramienta muy interesante que puede ayudar a crear espacios de debate y de análisis en los cuales se pueden plantear nuevos enfoques para realizar planes de prevención y de mitigación. La modelación también puede servir para confrontar a los hacedores de decisión con escenarios para que apoyen el proceso de inversión pública para así mejorar las estrategias de reducción del riesgo en un territorio dado. Un buen ejemplo de una nueva iniciativa prometedora es Evaluación Probabilista de Riesgo para América Central (CAPRA por sus siglas en inglés). Es una iniciativa que consta de varios procesos de consulta y estudio en busca de la formulación de un modelo probabilista que pueda servir como herramienta para ayudar a los gobiernos a tomar decisiones sobre cuáles serían sus mayores riesgos y desarrollar estrategias integrales de reducción de estos.
La iniciativa CAPRA puede verse como un mecanismo para la correcta comunicación, entendimiento y gestión del riesgo, haciendo uso de metodologías de punta en evaluación de riesgos naturales, e involucrando tecnologías computacionales y de comunicación de avanzada en la socialización de los peligros naturales y sus posibles efectos.
Tomar más medidas para reducir riesgos es vital. No hay más remedio que el de actuar de acuerdo con el sentido común y la prudencia, pensando en el largo plazo. No es opción hacer caso omiso de los muchos mensajes que tanto la experiencia como la madre naturaleza nos ha legado en los últimos años. Estamos en un momento muy significativo en nuestra historia. Tenemos el conocimiento y los recursos para hacer de este mundo un mejor lugar, hacer más factible ‘vivir con el riesgo’ de una forma más armoniosa con nuestro entorno social y físico. Al otro lado de la moneda, también tenemos el poder de acelerar el proceso de desintegración social y ecológica, de crear más conflicto y un mayor grado de desbalance entre ecosistemas.
Posiblemente uno de los factores más fundamentales de nuestra sociedad que ha socavado el desarrollo sostenible (en el más amplio sentido de la palabra) se reduce al afán de poder y dominio del género humano, expresando en sus más diversas formas un implacable darwinismo social que ha causado estragos en el curso de nuestra historia. Sin embargo, existen también iniciativas y fuerzas sociales más positivas que están cobrando mayor ímpetu. Para esto, necesitamos que nuestros políticos pasen de la palabra a la acción. Literal y definitivamente. La mayor parte de los actores políticos del mundo libre, hoy día no hacen uso pleno de la oportunidad que tienen para lograr un cambio positivo. Uno se pregunta, con tantos políticos inteligentes, con sentido social, y la evidencia creciente de que se pueden reducir de forma efectiva los riesgos y la vulnerabilidad, por qué no tomar “el toro por los cuernos” y prescindir de la búsqueda de satisfacción política inmediata para en cambio dar más y mejores ejemplos de prudencia y visión social fundamentada en una visión estratégica y ética a largo plazo.
Hay mucho que podemos cambiar si logramos, en primer lugar, un cambio de conciencia. Muchas (aunque no todas) de las medidas para reducir desastres, o más bien para reducir los riesgos, son medidas que no son muy caras, ni difíciles de implementar. En realidad, las medidas son muchas veces simplemente cambios en actitud, cambios en la posición inicial al analizar un problema, o al diseñar un nuevo plan de ordenamiento territorial, por mencionar unos pocos ejemplos.
Aunque es cierto que el avance de la ciencia y la tecnología nos aporta valiosas oportunidades para perfeccionar las herramientas para la alerta temprana, para mejorar el diseño estructural de un edificio sismorresistente a un costo mínimo, por mencionar solo algunas alternativas, la mayor parte de las iniciativas nuevas que necesitamos no son de alta tecnología, ni requieren grandes movilizaciones de capital o gente.
Sin duda, los próximos años constituyen un reto muy especial para nuestro mundo. Los conflictos entre países y etnias, el medio ambiente, el uso de recursos no-renovables y la pobreza requerirán creatividad y mucho esfuerzo para hacerles frente si deseamos tener la capacidad de trascender la actual situación que a largo plazo bien puede resultar insostenible, y que es fuente de mucho sufrimiento. Asímismo, en muchos lugares la relación que tiene el ser humano con su entorno físico y social, con su ecosistema, requiere de un cambio profundo y de mentalidad si deseamos acercarnos al desarrollo sostenible, y si queremos reducir los riesgos de desastres.
Foto: © D. Morel/Unicef
Todo lo anterior es factible, sin decir que es fácil realizarlo, con los recursos actuales y con compromiso político y un poco de sentido común. Si no cambiamos actitudes, vamos a ver una generación entera en condiciones de vida más difíciles, viviendo no en mayor armonía, sino en mayor conflicto con su medio físico y social. Los políticos de todo nivel tienen un papel fundamental y decisivo en todo esto, pero es un reto muy especial en tiempos en los cuales las estructuras actuales están bajo cuestionamiento por grandes sectores de la población —esto pasa en muchos países— que simplemente ya no creen en la transparencia o seriedad de muchos procesos políticos. En este contexto, es conveniente preguntarnos cuáles pueden ser quizás los factores más críticos de la credibilidad que podamos tener como instituciones, sean nacionales, regionales o internacionales. Probablemente los elementos que caractericen a una institución (política) como digna de credibilidad sean primordialmente la imparcialidad, la transparencia y la ausencia de (un exceso de) proselitismo.
En todo caso, la adaptación al cambio climático será un tema cada vez más importante para los países no solo en América Central y el Caribe, sino en muchas otras partes. En este sentido, un área preocupante es la vulnerabilidad de las comunidades en muchas partes de la región (y el resto del globo). Y no solo en los países en vías de desarrollo, sino también en las naciones más ricas. En muchos lugares de América Latina y el Caribe existen condiciones propicias para aumentar la vulnerabilidad. Deficientes políticas reguladoras, la gestión urbana, los problemas de gestión de los recursos del medio ambiente, la desigualdad social, son todos factores que hacen que gran parte de la sociedad viva en condiciones de pobreza en lugares ecológicamente frágiles y dañados. Por esto, mientras no mejore esta situación, lo más probable es que, en los años venideros, veremos los desastres ocurrir cíclicamente con incluso mayor número de afectados por el crecimiento poblacional y por el uso de recursos de una forma que no es sostenible.
Pero podemos tener esperanza. Afortunadamente sabemos ya muchas cosas sobre cómo reducir la vulnerabilidad, y podemos echar mano de las lecciones de experiencias valiosas. Una de las prioridades es aumentar el acceso a información técnica, científica y de otra índole sobre la reducción de desastres y que se desarrollen modelos de trabajo innovadores para crear una cultura de prevención más generalizada, así como el desarrollo de nuevos sistemas de alerta temprana acordes con las posibilidades y condiciones locales. Y sobre la alerta temprana, solo si promovemos el desarrollo de sistemas más integrales y centrados en las personas (tal como se sugirió en la Tercera Conferencia Internacional sobre Alerta Temprana en Bonn, marzo 2006), podremos hablar de alerta temprana sostenible a largo plazo.
De otra forma, sería difícil mantener en buen estado los sistemas sofisticados y asegurar la coordinación necesaria. Evidencia reciente nos ha demostrado cuán importante es encontrar un buen balance entre la alerta temprana y la organización de preparativos. Es fundamental que existan los mecanismos locales necesarios que aseguren que la información sobre una amenaza llegue a los canales pertinentes, y que exista la capacidad local para tomar las acciones correspondientes.
En suma, tenemos mucho trabajo por hacer! Espero disfruten esta edición de su revista, que contiene alusiones a todos estos temas mencionados arriba.