Foto: © J. Jenkings
El presente artículo se basa en una ponencia que el autor (para entonces miembro del Comité Técnico de la Comisión) presentó con el título de Aspectos Metodológicos de un Plan de Contingencia en el “Seminario Binacional para el Desarrollo del Modus Operandi sobre Cooperación y Asistencia Mutua en Casos de Emergencias y para la Preservación de Ecosistemas” que se llevó a cabo en San Cristóbal el 28 y 29 de junio de 1991 en la reunión de la Comisión Colombo-Venezolana para Asuntos Fronterizos.
Tanto aquella ponencia como este artículo se nutren primordialmente de las experiencias adquiridas durante la preparación del “Plan de Contingencia de la Costa Oriental del Lago de Maracaibo”, mejor conocido como PLAN COLM y de las actividades desarrolladas por este autor en los últimos años dentro del marco de la gestión de reducción del riesgo de desastres (RRD).
Los desastres ocasionados por el fenómeno hidrometeorológico que azotó una considerable porción de Venezuela en diciembre de 1999 (Ver “Un experto damnificado o un damnificado experto “, EIRD Informa, Número 1, 2000 y “A cinco años de la tragedia de Vargas”, EIRD Informa, Número 11, 2005) y otros desastres hidrometeorológicos que han seguido azotando al país han puesto en evidencia una vez más la imperiosa necesidad de preparar a nuestra población para enfrentar dichos desastres independientemente de su origen (natural, tecnológico, antrópico o ambiental) a través de la preparación, divulgación y eventual implantación de planes de contingencia adecuados.
Dichos planes contribuirán no a la eliminación pero si a la mitigación de los efectos negativos de dichos desastres sobre la población, sobre el medio ambiente y sobre la infraestructura construida.
Si bien en Venezuela se han hecho esfuerzos aislados y locales en este sentido (hago referencia al Plan de Contingencia para la Costa Oriental de Venezuela, conocido como PLAN COLM), estamos muy lejos de contar con planes de contingencia locales, municipales, estatales y regionales dentro de una política nacional de mitigación del riesgo de desastres.
Este artículo pretende presentar los aspectos conceptuales más relevantes de un plan de contingencia, con independencia de su ámbito de aplicación (local, municipal, estatal, regional o nacional) así como los problemas que se deben enfrentar en preparación, divulgación e implantación y sus posibles soluciones.
La necesidad de planificar y prepararse para prevenir y mitigar los efectos de desastres no es tan evidente como sería de desear, pues existe una resistencia, por parte de la población en general y de las clases dirigentes en particular, a enfrentar lo inevitable: los desastres de origen natural han ocurrido, ocurren y ocurrirán.
Esta resistencia es, en cierto modo, explicable pero no necesariamente aceptable. En un mundo como el nuestro convulsionado por miles de problemas, con millones de personas con ingentes necesidades perentorias que satisfacer, resulta hasta natural que los tomadores de decisiones (sean éstos funcionarios o directivos de la empresa privada) tiendan a ocuparse en resolver los problemas más inmediatos del día a día, dejando “para después” aquellos problemas no tan inmediatos, pero no necesariamente menos importantes, como es el caso de la gestión, prevención, mitigación y atención de desastres.
Tratar de convencer, de educar, a nuestros dirigentes políticos y a los líderes de la actividad privada de que dediquen lo que, en el fondo, son modestísimos recursos a la planificación para la prevención y mitigación de desastres, será un ejercicio inútil si no tenemos en cuenta la baja prioridad que dichos líderes y dirigentes le asignan, en general, a esa actividad. Debemos, pues, comenzar por concientizarlos, por educarlos.
Todas las actividades (relacionadas con la preparación de planes de contingencia) de planificación: instruirnos a nosotros mismos y a otros sobre cómo actuar en situaciones de crisis...”. En términos quizás más convencionales, cuando hablamos de adiestramiento y educación nos referimos a la difusión de información a distintas audiencias, de diversas maneras y a distintos niveles de educación, concientizar al público (definiendo de antemano qué es “el público”).
Hasta aquí hemos venido hablando de “Planes de Contingencia” en uno y otro contexto. Pero quizás deberíamos hablar de “planificación” en lugar de “plan”. Un plan debe ser dinámico, vivo. Debe practicarse a través de ejercicios y simulacros, debe actualizarse, perfeccionarse y, quizás lo más importante, debe estar presente de un modo o de otro en la vida cotidiana de aquellos hacia quien está dirigido.
Un plan de contingencia debe coadyuvar al establecimiento de una conciencia de riesgo en la población.
El objetivo primordial de un plan de contingencia es, por tanto, minimizar los impactos sociales y materiales ocasionados por los desastres. La palabra clave aquí es minimizar pues no hay ningún plan de contingencia, por muy bien diseñado, preparado y ensayado que esté, capaz de eliminar los efectos negativos de un desastre, cualquiera que sea el origen o la magnitud de este.
Un plan de contingencia exitoso deberá basarse en un esquema conceptual como el que se muestra a continuación:
Por último, debemos redoblar nuestros esfuerzos hacia la concientización de los tomadores de decisiones, tanto oficiales como privados, para la preparación de planes de contingencia orientados a mitigar los efectos negativos que los desastres de origen naturales ocasionan en la población, en el medio ambiente y en el desarrollo.
Juan Murria
Director del Centro de Investigación de Riesgos,
Universidad de Falcón (CIR UDEFA)
Punto Fijo, Estado Falcón, Venezuela
jmurria@hotmail.com